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COLABORACIONES

¿Poder o autoridad en educación? Lección magistral

Octubre 08, 2015

Mis convicciones en el tema, derivadas de la práctica y lecturas, se afianzaron con un breve artículo escrito por Miguel Ángel Santos Guerra, educador español. Se llama “Jefes tóxicos en educación”. Cada línea invita a su reflexión.
La ligereza y desinformación, la improvisación e irresponsabilidad que abundan en el campo escolar confunden con frecuencia ambos términos: poder y autoridad. Las distinciones entre ambos son meridianas para Miguel Ángel Santos Guerra: “La autoridad, para ser tal, tiene que estar al servicio de la comunidad. Hablo de autoridad, no poder. La palabra autoridad proviene del verbo latino auctor, augere, que significa ‘hacer crecer’. De modo que tiene autoridad aquella persona que ayuda a que los demás se desarrollen, que ayuda a crecer.”
La autoridad escolar, es decir, quien ejerce la autoridad apropiadamente, tiene como tarea propiciar las condiciones para que en su institución, cada uno desempeñe los oficios con dedicación y entusiasmo; colabora siempre y encabeza la batalla contra las dificultades.
La definición es puntual: la autoridad sirve a la comunidad, no se sirve de ella para sus fines personales o grupales; menos para su egolatría. Quien ejerce la autoridad es el primer servidor, no el señor feudal de la escuela o institución, al cual deben rendir pleitesía los vasallos.
“Quien aplasta, humilla, silencia, castiga y, en definitiva, destruye, no tiene autoridad sino poder”, asegura Santos Guerra. Y esta condición tóxica no es privativa de los hombres. Aunque uno supondría que en las mujeres existe una sensibilidad distinta, un ejercicio diferente, no es norma que así sea, ni siquiera hay mediana garantía. Habría que extenderse, pero no hay tiempo. Dice el profesor jubilado de la Universidad de Málaga: “Lo más triste es que haya mujeres que asuman rápidamente los esquemas mentales del mando machista autoritario. Qué triste. Habría que esperar de ellas un estilo de dirección más sensible, más inteligente, más honesto”. ¡Habría que esperar, sí!
No es complicado ni requiere una metodología científica saber cuándo estamos ante un jefe tóxico, despótico y otro que ejerce la autoridad con sentido. Por supuesto, reconociendo que no es un asunto en blanco y negro, dice nuestro autor: “Existe para mí un criterio decisivo para valorar la actuación de un jefe: ¿a quién desea tener contentos, a los de arriba o a los de abajo?”. Abunda: “Mi pregunta es si la acción de los directores de las escuelas se dirige a finalidades educativas, o si se enmaraña en el ejercicio de la burocracia, el control, el autoritarismo y las intrigas”.
No hay recetas para ser buen o mal jefe. Ni es suficiente tener un doctorado en liderazgo o educación. Y debe quedar muy claro: la autoridad no es un don mágico que se transmite con un nombramiento rimbombante. En todos los casos, “La autoridad se gana con el trabajo, con el ejemplo, con la coherencia, con el diálogo, con la humildad”. Lo demás, no hay duda, se irá un día, como el polvo en la mesa después del trapo limpio.
Contacto: jcyanez.jc@gmail.com // www.jcyanez.com

Juan Carlos Yáñez Velazco

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